Una muerte en la familia: ¿Cómo explicamos la triste noticia a los niños?

Por Sharon Gloger Freidman

Cuando Mary T. tenía 4 años de edad su abuela murió. A Mary la enviaron a quedarse con unos amigos durante un par de días y, cuando volvió a casa, le dijeron que su abuela se había ido a un largo viaje. En los días posteriores, Mary esperó en vano que su querida abuela regresara, y aumentó cada vez más la rabia contra ella por haberse ido sin decirle adiós.

A Neal H., de diez años de edad, no le dijeron que su madre tenía una enfermedad terminal. En lugar de ello, para ahorrarle a su hijo el dolor de la verdad, su padre le dijo que su madre se estaba mejorando. Cuando murió, su muerte fue un golpe de tal magnitud, que Neal comenzó a sentir miedo de irse a dormir por si no despertaba de nuevo. Tenía miedo de dejar la casa porque estaba convencido de que él también se enfermaría y moriría.

A Tommy C., de seis años de edad, le dijeron que su hermana bebé había muerto y que se había ido al cielo. Cada vez que volaba en un avión, buscaba entre las nubes para ver a su hermana.

Aunque se han usado nombres ficticios, los incidentes anteriores son verdaderos en historias de casos reales. Ilustran de manera trágica los conceptos erróneos que los niños pueden tener sobre la muerte. La misma sociedad que es consciente de su obligación de enseñarles a los niños los hechos de la vida ha sido, lamentablemente, negligente al enseñarles los hechos de la muerte.

No hay nada tan devastador para una familia como la muerte de un ser querido. Lanzados en una confusión de dolor y desesperanza, el primer instinto de muchos padres es proteger a sus hijos del dolor de la pena. Envían a sus hijos lejos o les dicen verdades a medias. En la creencia de que los niños no pueden comprender la muerte o de que los asustará demasiado, los padres a menudo ni siquiera les dan una explicación a sus hijos.

Si la conspiración del silencio en asuntos sobre la muerte y morir se ha dado en un intento por ahorrarles a los niños los miedos y el dolor del duelo y la pérdida, el esfuerzo ha sido en vano.

Nuestros hijos no son ignorantes en cuanto a la muerte. La tecnología de la televisión ha traído la muerte a nuestros hogares en colores vivos para que nuestros hijos vean diariamente. Además, ven animales muertos que yacen en la carretera, se mata a un bicho, una flor se marchita, una mascota muere.

La manera en que los niños reaccionen a estos incidentes estará determinada en gran manera por su edad y nivel de madurez. En lo que se ha considerado un estudio clásico de las percepciones de los niños sobre la muerte, la psicóloga Maria Nagy determinó que los niños en edad preescolar no tienen el concepto de la muerte como final. Para ellos la muerte es como dormir. Es solo “de mentira”, piensan que la persona despertará. Entre los 5 y 9 años de edad, los niños comienzan a darse cuenta del carácter definitivo de la muerte, pero tienden a personificarlo. La muerte es un esqueleto o un fantasma que se llevará a las personas. Es a la edad de 9 o 10 años que los niños comprenden que la muerte es el final; no es que se los lleve una persona o un fantasma; los que están muertos están muertos. Comienzan a darse cuenta y aceptar que la muerte es una parte inevitable de la vida.

El Dr. Jeffrey Robbins Goldbarg, quien antes fuera instructor clínico de psiquiatría en Boston University Medical School y director de Framingham Psychiatric Counseling Associates, afirma: “No debemos preocuparnos por proteger a nuestros hijos de la realidad. En lugar de ello, debemos filtrarla al grado que ellos puedan comprender. Una explicación simple y directa de las circunstancias de la muerte es el mejor método. Los padres deben ser particularmente cuidadosos cuando usan eufemismos como “está dormido”, “en un largo viaje”, “desapareció” o “está descansando”. Los niños, especialmente los pequeños, tienden a interpretar esas afirmaciones de manera literal y los eufemismos solo sirven para confundirlos y nublar sus percepciones de la muerte.

Con mucha frecuencia, la muerte de una mascota es la primera experiencia cercana de un niño con la muerte. Con lo triste que es la situación, los profesionales en orientación creen que además puede brindar la oportunidad a los padres de ayudar a sus hijos a ver la muerte de una manera sana en sentido emocional.

A los niños se les debe permitir llorar la muerte de su mascota y expresar su dolor. Ya sea que se muera un pececito o un perro amado. Los padres deben respetar la tristeza de sus hijos y permitirles el consuelo de su dolor. Si se solicita un rito de entierro, se debe hacer como una manera natural de ayudarlos a aceptar el carácter definitivo de la muerte.

A los niños también se les debe dar tiempo para llorar la muerte. Los profesionales no recomiendan reemplazar la mascota de inmediato. Hacerlo, les roba a los niños el derecho de seguir amando a la mascota fallecida y también les sugiere que todos los seres queridos se pueden reemplazar fácilmente.

Cuando ocurre la muerte en la familia, los orientadores han encontrado que lo mejor para los padres es decírselo a los niños lo antes posible. Su propio dolor será evidente y no decirles a los niños el motivo de su tristeza solo da rienda suelta a la imaginación, que ya está llena de fantasías que asustan.

A los niños se les debe contar de una muerte de manera simple y delicada, y en un lenguaje que puedan entender. Sus preguntas se deben responder de manera paciente y honesta. Se deben evitar las explicaciones de cuentos de hadas que luego saldrán a la luz como mentiras.

Una connotada autoridad sobre la muerte y el duelo, Earl A Grollman, escribe en Talking About Death: A Dialogue Between Parent and Child (Hablar sobre la muerte: un diálogo entre padre e hijo): “Cuando usted llora, le da a su hijo un modelo para seguir. Ellos, entonces, comprenden que es aceptable dejar salir las emociones”. El dolor de los adultos les dice a los niños que está bien llorar cuando están tristes.

Sin embargo, los profesionales médicos y de orientación advierten sobre animar a los niños a expresar emociones que no sienten. Como los adultos, los niños reaccionan de manera distinta al dolor y mientras un niño puede llorar, es posible que otro no lo haga.

Por este motivo especialmente, es importante que la familia permanezca unida cuando ocurre una muerte. Cuando a los niños se los envía lejos, a menudo se sienten rechazados y de alguna manera responsables por lo que ha ocurrido. Ven el hecho de que los alejen de sus hogares como un tipo de castigo por la muerte que ha ocurrido. Los niños pueden manejar una gran cantidad de estrés si tienen seres queridos en quienes apoyarse. No necesitan que los protejan del dolor, pero sí necesitan la fuerza y el consuelo de la seguridad familiar y que les reafirmen que los quieren.

A los niños no se les debe negar el derecho de participar en los ritos del entierro si expresan el deseo de participar. Los padres tienden a querer proteger a sus hijos de lo que ellos consideran una experiencia aterradora, pero reconocidas autoridades han concluido que si un niño es lo suficientemente grande como para asistir a una iglesia o sinagoga, es lo suficientemente grande como para comprender la solemnidad y propósito de un funeral.

Se debe tomar el tiempo para explicarle a los niños lo que pueden esperar en un funeral. Se debe enfatizar que un funeral es una manera de despedirse del ser querido, y ya que se trata de una ocasión triste, algunas personas pueden llorar. Y que está bien si ellos también lloran.“Cuando su hijo comprende lo que está ocurriendo”, señala Grollman, “puede estar más relajado en cuanto a los sucesos que se desarrollan. Comprende su inclusión más que su exclusión, y es mucho mejor observar el funeral que vivir con las fantasías evocadas por su joven y fértil imaginación”.

Si el niño parece aprehensivo sobre asistir al funeral o al cementerio, se deben respetar sus sentimientos. Se les debe reafirmar que está bien que se queden en casa y que nadie se enojará con ellos por no asistir.

Para los niños, es más difícil aceptar la muerte si no los han preparado bien cuando un ser querido está muriendo. Si alguien en la familia tiene una enfermedad terminal, la honestidad sobre su estado le da al niño el tiempo de adaptarse a la idea de la muerte de la persona.

Las autoridades en el campo relacionado con la muerte y morir también creen que puede ser beneficioso para los niños visitar a alguien que esté muriendo, si desean hacerlo. Sin embargo, es importante prepararlos para la visita para que sepan qué esperar. Si por ejemplo, la apariencia de la persona ha cambiado drásticamente, a los niños se les debe decir con anticipación. Si la persona está en el hospital, necesitan saber los procedimientos que se siguen y lo que aparentemente pueda haber en la habitación. Por sobre todo, necesitan que les aseguren que no se pueden contagiar con la enfermedad de la persona.

La muerte de un ser querido es un período traumático y de estrés para todos y no hay una manera sencilla de ayudar a un niño a sobrellevar la agitación que trae a sus vidas. No obstante, los expertos concuerdan en que un método honesto y directo es la manera más saludable de lidiar con los temas difíciles relacionados con la muerte y morir. “Un niño puede sobrevivir a cualquier cosa”, comenta la educadora Dra. Eda LeShan en Learning to Say Good-bye: When a Parent Dies, (Aprender a decir adiós: cuando uno de los padres muere), “en cuanto le digan la verdad y se le permita compartir con sus seres queridos los sentimientos naturales que tienen las personas cuando están sufriendo”.

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